Los prohibicionistas y otros conservadores aún piensan que la cerveza es «el brebaje del diablo». O «cosas del diablo». Pero, la cerveza no es tan mala; es la gente la que le ha dado una mala reputación.
Existen evidencias de que la cerveza ha existido casi desde el inicio de la historia. El hombre prehistórico creó la cerveza antes de descubrir que los granos también podían utilizarse para producir otro alimento básico llamado «pan».
Mientras que se comenta que Noé llenó su arca con un río de cerveza, un antiguo refrán reza que “la cerveza es la prueba de que Dios nos ama y desea que seamos felices”.
Existen diversos tipos de aficionados a la cerveza, desde aquellos que la saborean después de una jornada laboral agotadora hasta aquellos que aprecian su artesanía y su sabor. En prácticamente cualquier lugar del planeta donde un viajero sediento se detenga para descansar, encuentra con facilidad una pinta de cerveza fría.
No es un secreto que el consumo excesivo de alcohol tiene consecuencias perjudiciales para la salud. Pero, ¿se extiende esto también a la cerveza? Una de las afirmaciones más habituales en relación con la cerveza es que provoca aumento de peso, de ahí el apelativo de “vientre de cerveza”.
En general, la cerveza contiene poca o ninguna grasa. La temida “barriga cervecera” se produce por el consumo excesivo de alcohol, lo que impide que el cuerpo queme la grasa.
Demasiado alcohol en el cuerpo da resacas, dolores de cabeza e incluso daños en el hígado. Aunque la cerveza contiene una cantidad mínima de azúcar, afecta los niveles de azúcar en la sangre y provoca una disminución de energía. Beber mucho en una misma noche produce cansancio e insomnio.
Las investigaciones demuestran que la cerveza previene las enfermedades del corazón debido a sus cualidades antioxidantes. También reduce el estrés, el riesgo de arteriosclerosis y mejora la memoria.