Amanda Gonzalez estaba en su último año de secundaria cuando le diagnosticaron enfermedad del corazón. Se le quiebra la voz al recordar las cirugías que necesitó y lo que se perdió en sus años universitarios. Al mirar al pasado, Gonzalez dice que tiene suerte de estar viva.
La joven de 28 años tenía 17 la primera vez que su corazón falló. Había jugado un partido de softball ese día, y se desmayó mientras se daba un baño, después de estudiar hasta entrada la noche para sus exámenes finales.
Los médicos le implantaron un marcapasos unos días antes que Gonzalez empezara su primer año de universidad en College of the Holy Cross en Massachusetts. Pero los ritmos peligrosos le continuaron.
Amanda Gonzalez y su cardiólogo, Lawrence Rosenthal.
“Las palpitaciones eran insoportables”, dijo Gonzalez, una portavoz nacional para Go Red Por Tu Corazón, la campaña de la American Heart Association para educar a las mujeres sobre enfermedad del corazón. “Sentía que tenía un monstruo en mi pecho que no podía apaciguar”.
Empezó a tratarse con un médico nuevo, quien le cambió sus medicinas y le dijo que necesitaba un desfibrilador cardioversor implantable. Tuvo que ausentarse de la universidad por motivos de salud para poder darle a su corazón tiempo para sanar.
Gonzalez, quien se describe como una persona “de personalidad muy de tipo A”, recordó que se sintió devastada por tener que detener temporalmente sus planes universitarios porque es una persona competitiva, y graduarse de Holy Cross había sido su sueño dorado.
Gonzalez se entregó a su rehabilitación, pero las experiencias le produjeron desgaste psicológico. Se deprimió y no quería salir de su casa porque temía que le ocurriera un incidente cardíaco en público. Con el paso del tiempo, dejó de ir al cine y de visitar a sus amistades.
Su cardiólogo animó a Gonzalez a ver un terapeuta. Los dos profesionales jugaron “un papel enorme en devolverme mi vida”, comentó.