Vivir una vida normal
Isabel parece una niña normal de 9 años, es quisquillosa, disfruta de la escuela, y juega con sus amigos. Exceptuando que deben vigilarla más que a otro niño de su edad. Sus maestros son conscientes de su condición y tienen que vigilarla por si acaso muestra algún comportamiento extraño, porque puede ser el amoníaco acumulándose en su cuerpo. “Hay ciertos deportes en los que no voy a permitir que participe porque queman demasiadas calorías, y si quemas demasiadas calorías, se supone que las reemplazas con comida”, explica su madre. Los únicos deportes que se le permiten jugar son voleibol y natación, e ir en bicicleta, por supuesto.
En la escuela tiene un plan de emergencia por si presenta síntomas de alto contenido de amoníaco. Esto nunca ha sucedido, pero si muestra los síntomas, sus maestros saben que deben llamar al 911 y saben que hay unas instrucciones que deben dar a los paramédicos cuando lleguen. “El año pasado cuando estaba en el segundo grado, me llamaron de la escuela diciendo que se quedaba dormida. Era algo fuera de lo común, se estaba quedando dormida sin ninguna razón y cuando la llevé al hospital los doctores revisaron sus niveles de amoníaco y eran normales, pero vieron que el azúcar de su cuerpo estaba bajo, causándole esa reacción”.