Cuando comenzaron a surgir noticias de unos misteriosos y graves defectos congénitos en los recién nacidos en Brasil, pocos podrían haberse imaginado que esas tragedias aisladas explotarían hasta convertirse en la principal noticia de salud de 2016: el virus del Zika.
Pronto, esos pocos casos de microcefalia (bebés que nacen con cabezas anómalamente pequeñas y cerebros poco desarrollados) en Brasil aumentaron hasta llegar a contarse por los miles. Los médicos descubrieron rápidamente el vínculo entre la infección de la madre durante el embarazo con el Zika, un virus transmitido por los mosquitos, y la microcefalia y otros problemas neurológicos infantiles.
En Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), una agencia federal, entró en alerta alta a medida que la temporada veraniega de mosquitos avanzaba. Los casos de infección en el área de Miami y en la frontera entre Texas y México condujeron a alertas de viaje para las mujeres embarazadas, junto con consejos para evitar las picaduras de mosquito.
En otoño el pánico por el Zika había comenzado a calmarse: los CDC anularon el aviso sobre Miami, aunque otro sobre Brownsville, Texas, permanece activo. En noviembre, la Organización Mundial de la Salud declaró que el Zika era una amenaza crónica, como cualquier otra amenaza transmitida por los mosquitos, pero que ya no era una emergencia de salud global. El avance para alcanzar vacunas efectivas parece promisorio, reportaron los científicos.
Pero la amenaza sigue siendo real, y apenas el jueves pasado los CDC dijeron que habían destinado 184 millones de dólares adicionales para ayudar a prevenir y a combatir al Zika.